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Valentina Correa y el crimen organizado: "El Estado es débil"

La socióloga e hija del empresario asesinado en Concón por denunciar la toma de un terreno de su propiedad, en 2020, advierte que "quien mató a mi papá fue el narcotráfico", a la vez que explica cómo decidió resignificar la partida de su padre y buscar un nuevo uso para esa tierra y una solución para las familias que viven ahí".
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Hace precisamente tres años, el empresario Alejandro Correa fue asesinado en la puerta de su casa, en Concón. Aquello, se sabría con el paso de los días, fue a propósito de una denuncia que entabló para recuperar un terreno que había sido tomado en Quilpué.

Se trató de un crimen que -hasta entonces- poco se conocía en Chile: el sicariato. Es decir, un asesinato por encargo. Hoy, este tercer aniversario de aquel hecho llega en momentos en que todos los involucrados están condenados y tras las rejas. Pero, además, hace solo unas semanas, se logró una sanción histórica, aunque simbólica para quien originó el ilícito a través de la venta fraudulenta de ese espacio.

La socióloga, directora de la Fundación para la Confianza e hija del empresario - quien tomó la vocería de la familia tras el homicidio-, Valentina Correa, hace un análisis -a partir de su expertise- que va más allá del hecho en sí. "El Estado va tarde y está atemorizado" respecto de cómo enfrentar estos nuevos tipos de fechorías. "Se le ha venido una avalancha de nuevos fenómenos delictuales, para los cuales no estaba preparado, pero además es un Estado débil, en el que se cuela muy fácil el crimen organizado", afirma tajante.

Por lo mismo, su lucha por encontrar justicia finalmente derivó en la necesidad de visibilizar la problemática de fondo que provocó la muerte de su padre: la ocupación ilegal de terrenos en la Región de Valparaíso. "Quien mató a mi papá fue el narcotráfico, y eso lo digo con mucha responsabilidad. El que mandó a matar a mi papá tenía condenas por narcotráfico", aclara.

Para la magíster en intervención social interdisciplinaria, "el primer paso que debería dar el Estado es reconocer que detrás de las tomas irregulares hay un problema de crimen organizado. No un problema entre particulares" y agrega que esa visión permite que "personas oportunistas -que incluso se declaran como "asesores de toma"- pueden operar en la impunidad".

Aquellos, además -explica- "responden a una mafia de tomadores de terrenos. Hay una planificación y una inversión millonaria", que no solo afecta a quienes -como su padre- son los dueños legítimos de los lugares, sino también a quienes caen en sus ventas falsas, ante la urgencia por conseguir dónde vivir. "Cuando ocurre una toma de terreno, se produce una doble injusticia: para los propietarios, pero también para las familias que están esperando acceder a la vivienda", advierte con preocupación.

Perdón y resignificación

Valentina Correa es también directora de la Fundación Para La Confianza -institución creada por José Andrés Murillo, uno de los primeros denunciantes del caso Karadima- y a partir de ese rol, se cuestiona también sobre la vulneración de derechos que viven los niños, niñas y adolescentes que están en esas tomas. "Para tener una niñez feliz, tiene que haber un piso de protección social. Tiene que haber un Estado que reconozca a las infancias como sujetos de derecho", puntualiza.

Por esa preocupación -y contrario a lo que quizás muchos harían-, Correa decidió resignificar la partida de su padre y, en vez seguir el camino judicial para recuperar el terreno, decidió proponer un nuevo uso, en un tremendo acto de generosidad. Así, ha conversado con distintas autoridades regionales para convertir este lugar -en el que viven más de sesenta familias- en "un barrio planificado y seguro. De esta forma, se puede prevenir que se transforme en un gueto con alta tasa delictual". Ya cuenta con el interés manifiesto de la Municipalidad de Quilpué y del consejo regional: "Es un lugar estratégico, cerca del troncal y además existe un déficit de suelo", explica.

Aquello no significa, en todo caso, que haya dado vuelta la página y absuelto a quienes le arrebataron a su papá. "Para que haya perdón te tienen que pedir perdón y eso es algo que, en mi caso, no ha ocurrido", pese a que -cuenta- tuvieron la oportunidad y el micrófono al final del juicio.

Pero aquello también le genera una contradicción: tampoco quiere volverse "una persona amarga [...] concebirme solamente desde mi condición de víctima (que además soy víctima indirecta)" y, en ese sentido, "cuando conozco gente nueva yo digo «sí, a mi papá lo mató un sicario», pero no soy solo eso".