Recién se aprobó en el Congreso la llamada "Ley de Tenencia Responsable", que explícitamente prohíbe el sacrificio de animales como método de control de su población.

Tal indicación es absurda, porque la eutanasia periódica de animales que nadie quiere adoptar, evita que colapsen los caniles que los acogen, permitiendo además dar espacio a otros individuos abandonados.

Por otra parte, la posibilidad de aplicar eutanasia, sirve para presionar a las personas que acostumbran a dejar vagar a sus mascotas. Y también permite establecer prioridades de adopción a las ONG animalistas.

El impulsor de la ley, Senador Guido Girardi, critica -con toda razón- el fundamentalismo de quienes se oponen a la despenalización del aborto; sin embargo, parece no percatarse que prohibir la eutanasia animal, es igual de fanático.

Finalmente, ¿Cómo se aplica esa prohibición de sacrificio respecto de otros animales como ratas, conejos, visones, castores, jabalíes que, al igual que perros y gatos, son también plaga? ¿Les construimos también refugios para mantenerlos, con recursos públicos, hasta que mueran de viejos?

Confío en que la Presidenta Michelle Bachelet imponga la cordura, y elimine la indicación que prohíbe el sacrificio de animales como método de control de su población.

Sergio Lastra Guerra

Cuando no se aprovechan las oportunidades que nos da la vida, tenemos como resultado una sensación de frustración, que es muy difícil de olvidar.

Cuando somos jóvenes, todo lo vemos color de rosa y disfrutamos del momento, sin mirar más allá. Cuando logramos reaccionar, muchas veces , es demasiado tarde y tenemos que asumir las consecuencias.

Como padres, queremos que esa frustración no se repita en nuestros hijos y hacemos el mayor esfuerzo, para proveerlos de las herramientas y los valores morales que les permitan enfrentar la vida de la mejor forma posible, y cumplir cada objetivo hasta llegar a la meta final.

Es así como nuestra frustración, al amparo del éxito de nuestros hijos, será menos dolorosa, pues el éxito de ellos, será nuestro propio triunfo.

Jorge Valenzuela Araya