La labor de los almacenes de barrio como "primera línea" de abastecimiento
Durante la pandemia, se protegieron con mascarillas y distancia entre clientes, para no entorpecer la cadena de suministros.
Están a unos pasos de distancia de nuestras casas, sin filas interminables, y atendidos por sus propios dueños. Los almacenes de barrio han sostenido un sacrificado servicio para sus vecindarios, asegurando que la cadena de abastecimiento llegue hasta la parte más alta de los cerros.
Ir al supermercado en estos días puede tomar mucho más que lo normal, y hay porteños que no tienen posibilidad de bajar y subir al plan sin exponerse a contagios. Es por esto que los minimercados y negocios de barrio cubren una necesidad importante. No obstante eso, han debido adaptarse a las nuevas reglas.
En el cerro Alegre, el emporio "Jenny Lorena", vende prácticamente de todo, hasta tienen un cajero automático. Marcela Navarrete, encargada de atender a los clientes, cuenta que establecieron un estricto protocolo de uso de mascarillas, y desinfección de manos. Asimismo, se dispusieron barreras transparentes entre la caja y los aparadores, y se señalizó para que los clientes tomen distancia de un metro entre ellos. Estos últimos son los más porfiados.
"Nos lavamos las manos a cada rato y desinfectamos con cloro en todos lados. Nos estamos protegiendo con una barrera, estamos tratando que los del cajero entren de a uno y la gente que viene a comprar, pueden entrar de a cinco personas", cuenta Marcela. Sobre la distancia social que sugieren a los clientes, dice: "Hay que recordarles, resulta que ellos igual se acercan. Pusimos esa cosita para protegernos (apunta a un trozo de plástico en la caja), pero igual se acercan al mesón. Ellos no respetan mucho", indica la mujer, añadiendo que el pasado fin de semana largo, vieron a muchas caras no conocidas. "Deben haber sido santiaguinos", dice
Además, cuenta que hay mercadería que ya no les llega, como harina, fideos, y alcohol gel.
"pare"
En el cerro Yungay, la entrada del almacén Peco's, tiene un enorme disco pare. Todas las entradas están cercadas con mesas. Don Orlando, su dueño por más de cuarenta años, cuenta que cuando empezó la alerta sanitaria, intentaron que los clientes entraran tomando distancia, pero no hubo caso, así que tuvieron que instalar las barreras, y mover algunos anaqueles hacia las entradas para hacerlos más visibles.
Cuenta que vende menos que de costumbre, pero hay movimiento. Lamenta que haya menos gente en las calles, y que como la clientela no puede entrar, hay productos que no se pueden exhibir.
Pese a su edad, sigue trabajando de lunes a lunes, sin falta. Eso sí, tiene que rebuscarse para encontrar mercadería.
Dice que la harina, la levadura y la manteca están agotados en todos lados; otros productos ahora los tiene que pedir por teléfono y llegan a los días después. Las verduras las compraba en el Mercado Cardonal, epicentro de las aglomeraciones de personas, así que ahora no va para allá, y derechamente no vende verduras.
"Por petición de mis hijos, ya no voy al mercado, es mejor resguardarse", explica. Sobre la labor de este tipo de negocios, dice: "Estamos tratando de sobrevivir. Uno tiene la responsabilidad de atender al vecindario, de estar allí. Su tu cierras queda mucha gente que no tiene donde abastecerse".